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Al mediodía pasa por el hotel y se entera de que cuando
caminaba a La Chacarita se ha producido un asalto con toma de rehenes a muy
pocas cuadras de por donde ha pasado. Los delincuentes entraron en el 1945 de Aráoz,
en Palermo, cuando a primera hora de la mañana Dora, la portera, limpiaba la
vereda, y retuvieron a varios miembros de una familia hasta entregarse bastante
horas después.
También se entera de que, mientras, a pocas cuadras de allí
y con todo el despliegue policial que contempla en la televisión, dos
delincuentes en motocicleta, motochorros los llaman, aprovecharon para asaltar
a un matrimonio en una salidera bancaria. El suceso tuvo lugar sobre el
mediodía, cuando la pareja con una niña de tres años retiró dinero de una sucursal
del banco Santander Río situada en las inmediaciones de Corrientes y Aráoz. Desde
allí la familia se dirigió a una inmobiliaria ubicada en Acevedo y Velazco,
pero fue interceptada por los ladrones. Éstos ladrones les arrebataron el
dinero y huyeron a toda velocidad.
Visita las librerías
de la calle Florida y las de Corrientes, que cumpliendo con la convención, “ya
no son lo que era”, y a continuación rinde viaje El Ateneo Grand Splendid, en
la Avenida Santa Fe a Callao: el antiguo teatro y cine convertido en
establecimiento del ramo, que pasa por ser uno de los más hermosos del mundo.
Algo tiene de eso, con su patio de butacas transformado en gran sala de venta y
lo que fue la zona de palcos forrada de volúmenes. Comprueba la arbitrariedad
de sus fondos: hasta seis ejemplares de algún título de quimérica venta (aunque
deseable, porque es de un amigo) y, por el contrario, ausencias pasmosas. En
poesía, por ejemplo, colecciones completas de las dos editoriales más conocidas
del ramo pero nada de otra no menos importante y una de cuyas colecciones se
llama nada menos que “La Cruz del Sur”, con pie que ostenta la terna “Madrid,
Buenos Aires, Valencia”. En el antiguo escenario funciona una cafetería, donde
se detienen lo mismo turistas que hombres de negocios. Alguna vez suena el
piano. Compra un número de Proa, el
12, que incluye las primeras entregas de la publicación. Y recuerda “El
espectro”, uno de los mejores cuentos de Horacio Quiroga, en el que los
protagonistas, después de muertos (nada desvelo, porque ya se dice en su tercer
párrafo), acuden todas las noches a ver películas que guardan un secreto de
íntimo significado para ellos: “Todas las noches, en el Grand Splendid de Santa Fe,
Enid y yo asistimos a los estrenos cinematográficos. Ni borrascas ni noches de
hielo nos han impedido introducirnos, a las diez en punto, en la tibia penumbra
del teatro. Allí, desde uno u otro palco, seguimos las historias del film con
un mutismo y un interés tales, que podrían llamar sobre nosotros la atención,
de ser otras las circunstancias en que actuamos.”
A última hora de la tarde cumple
con uno de los objetivos del viaje: rendir homenaje a los caídos de la Guerra
de las Malvinas, en la Plaza San Martín, paradójicamente frente a la torre apodada
de los Ingleses. Ya contó en un libro anterior, Las ciudades del hombre, cómo el conflicto del Atlántico Sur cambió
su biografía: fue, en aguas gélidas, la tabla a la que se aferró para cambiar
la que pudo haber sido su vida, gris como aquel mar encrespado. Aquellos
sucesos, su implicación en ellos, la atención que les prestó, fueron
bienvenidas tempestades que lo sacaron de sus anodinos estudios de abogado.
El 2 de abril de 1982, comenzando
el decisivo tercer trimestre del curso, matriculado él en 1º de Derecho, sorpresivamente
los argentinos desembarcaron en lo que los británicos llaman Falkland Islands.
Éstos últimos tomaron por la fuerza el archipiélago en 1833, y habían mantenido
la soberanía hasta esa fecha, bien que los argentinos nunca reconocieron esa
titularidad impuesta. Fue la invasión una válvula de escape de la Junta Militar
para distraer la atención de la
situación interna por que atravesaba la Argentina: no sólo el sojuzgamiento por
la feroz dictadura, sino también una recesión económica y una inflación
rampante. Envalentonados por informaciones que apuntaban a que los británicos
no responderían con vigor a una invasión a tan gran distancia de su territorio
nacional, en lo que parecería la última de sus guerras coloniales, la Junta
comandada por Galtieri decidió dar el paso (el traspiés, como se vio más tarde).
En tres días culminaron las operaciones y los británicos, en considerable
inferioridad numérica, que se habían rendido fueron repatriados a través de
Montevideo.
España, la España que llevaba
décadas reclamando la devolución de Gibraltar, tuvo la nada gallarda postura de
abstenerse (en vez de votar abiertamente no) en la votación de una resolución
de las Naciones Unidas que exigía a la Argentina la retirada del archipiélago
ocupado. El 5 de junio, pese al lema de campaña “OTAN, de entrada no” esgrimido
por el PSOE, el partido gobernante, España entra en la Alianza Atlántica como
aliada del Reino Unido. Estados Unidos cerró filas con su antigua metrópoli y a
partid de la independencia aliada
de siempre, y Chile favoreció también a los británicos, pues sabía de las
intenciones argentinas sobre las islas disputadas del Canal Beagle, que a punto
estuvieron de provocar una guerra entre los dos países poco antes, en 1978.
Thatcher envió la Task Force. Y fue entonces el imperio de
los misiles Exocet (una palabra que en aquellos días sonaba constantemente en
los telediarios) y las cargas de profundidad y los aviones Harrier. Para él fue
una prolongación tardía de su infancia de sus juguetes bélicos y dioramas. El 2
de mayo día, que en España se conmemora el alzamiento contra los franceses en
la Guerra de la Independencia, fuera de la zona de exclusión establecida por
los ingleses el viejo crucero General Belgrano fue hundido por el submarino de
propulsión nuclear HMS Conqueror. Murieron 368 argentinos y más de 700 fueron
rescatados de las gélidas aguas. Luego, la otra parte echó a pique el destructor
Sheffield. El 14 de junio los británicos retomaban Stanley (hasta ese momento y
durante semanas rebautizado como Puerto Argentino). En su querencia por
Argentina, no hizo mella en X el nombre artúrico de dos de los buques
británicos, el Sir Galahad y el Sir Tristram, que resultaron hundidos durante
la guerra. Eran éstos buques logísticos de desembarco de una clase conocida
como Tabla Redonda (sus buques hermanos eran el Sir Bedevere, el Sir Lancelot,
el Sir Geraint y el Sir Percivale). Él empezaba a escribir poesía por entonces,
y en un cuaderno cuadriculado pergeñó este soneto, que si no poético tiene
cierto valor documental:
A LOS MUERTOS DEL “GENERAL BELGRANO”
Más
que afligirse ya, mi pecho rabia,
y
más que ser hoy muertos sois simiente.
El
mar helado acoge en vuestra muerte
sangre
fértil y renovada savia.
El
mismo pirata, aunque su arma cambia,
ahora
os ha devuelto al mar rugiente,
el
mar de nuestras patrias frente a frente:
Palos
es Comodoro Rivadavia.
Es
tanta y tan urgente la impaciencia
por
ver vuestra victoria que presiento
triunfar
justa y fatal vuestra inocencia,
ver
la bandera de Belgrano al viento
—dichosa
imagen su única presencia—
de
Drake o de la Thatcher escarmiento.
Incluso oponentes a la dictadura
militar, como Ernesto Sábato, apoyaron entonces la toma de las Malvinas, que
actuó como aglutinante de la sociedad argentina hasta que la rendición trajo
una virulenta respuesta, que contribuyó a la rápida caída de la Junta.
Como en el juego de los barcos, X
tenía trazado -si no en papel, en la imaginación- un mapa de la región, por el
que iban evolucionando barcos y aviones y tropas terrestres transportadas, por
ejemplo los orientales gurkas o los Royal Welch Fusiliers (en cuyas filas
sirvió en la Primera Guerra Mundial Robert Graves, un poeta al que traduciría
años después) .
Fogwill escribió aceleradamente,
como una descarga de ametralladora, su novela Los pichiciegos en 1982, en plena guerra. Sin duda es la más
poderosa de las que se han escrito
sobre el conflicto: un grupo de desertores argentinos sobrevive como un
ejército de pícaros trapicheando con los británicos. No es una epopeya, y sus protagonistas
se enganchan en el poco planchado, y sucio, banderín de los antihéroes. “Esa tarde, creo que fue el
primer martes de mayo del 82, al llegar a la casa encontré a mamá y a la
empleada que la cuidaba pegadas al televisor y mamá me recibió gritando entusiasmada:
—¡Hundimos
un barco...!
Ni la imagen de decenas de ingleses violetas flotando congelados,
que de alguna manera me alegraba, pudo atenuar el horror que me producía el
veneno mediático inoculado a mi familia.
Entonces volví a mi pocilga, escribí
la frase "mamá hoy hundió un barco" con la que di por terminada para
siempre mi fallida novela romana, cargué otra hoja de papel en la IBM y doce
horas después había completado la mitad del relato de Los Pichiciegos.”
A los veteranos de la guerra
nunca se les reconoció como debía. Murieron 649 militares en combate, pero más
de 350 supervivientes se suicidaron después, incapaces de afrontar la nueva
realidad, que incluía cicaterías y miserias para con ellos. El otro día supe de
un tripulante del General Belgrano que perdió las dos piernas y ni siquiera
tuvo el “privilegio” de disponer de una mala silla de ruedas.

Pero devuelvo a X al Buenos Aires
del invierno de 2010. Ahora estaba en el cenotafio, una larga pared con los
nombres grabados de las bajas argentinas, dispuestos al modo cómo se conmemora
en el cementerio de Arlington a los caídos estadounidenses en la Guerra de
Vietnam. Placas de mármol negro con los nombres (apellido y nombre) en blanco,
fijadas en un muro de cemento rojo, ante el que siempre hay un soldado de
guardia hasta que a la tarde se arría la bandera. Genealogía andina, vasca,
italiana, española: Indino y Quilahueque; Arrascaeta, Olariaga; Romano,
Scaglione; Díaz, González… También él disparó, si no descargas de honor, casi
dos decenas de fotografías en el lugar. Con su anorak rojo parecía mimetizarse
con el monumento. Y las siluetas de las dos islas en piedra, la recortada
imagen de su propia mente escindida, bipolar y seguramente esquizofrénica
(sobre lo que tendría certeza si no temiera ahondar en ese conocimiento).
Más desasosegante resultó, tras
ver el monumento, el campamento de los veteranos en la Plaza de Mayo. Las
pancartas iban firmadas por los veteranos de Despliegue Continental al sur del
paralelo 42º. “Memoria. Justica sin olvido”, decía una. Otra pedía “Basta de
falsos ex combatientes. Limpien el padrón”. Una tercera, “Reconocimiento e
inclusión, ¡ya!”. Las había de la Aviación Naval y de la Infantería de Marina.
También, del Regimiento de Infantería Mecanizada 24, de Río Gallegos.
(...)