jueves, 30 de agosto de 2012
miércoles, 29 de agosto de 2012
sábado, 25 de agosto de 2012
El visitante de abril
Vino tras una prolongada murria londinense, y en comparación con lo que dejó allí Sevilla le pareció “una tierra de libertad”. Recién licenciado en Medicina, aquí se sintió consciente de su juventud, y su estancia le sirvió como un mirador desde el que contemplar una nueva vida y las delicias del mundo. Se dejó bigote, lució sombrero de ala ancha y se aficionó al buen tabaco filipino, un bien con el que comerció, como es sabido, Jaime Gil de Biedma. La indolencia y la inacción se las sacudía montando un caballo, Aguador, con el que recorría las afueras.
Traía
Maugham en el zurrón de su fantasía una imagen idílica de Sevilla con palmeras
que cosquilleaban el cielo, un río de aguas verdes con naranjales y abundantes
donceles y mozas plenos de donaires. La realidad, sin embargo, no lo asustó, y
un Guadalquivir de color amarillento cenagoso y con buques que cargaban grano
en sus bodegas, ajenos al perfume entresoñado, le mostró Sevilla como en verdad
era. Con todo, gozó de sus atractivos, que cifró en su vivacidad y en su
alegría casi pueril.
Muchas
cosas le llamaron la atención en esta primera estancia. Ahora que es verano,
señalaría la frescura aliviadora de los patios y la matizada luz que filtraban
las velas de la calle Sierpes, un escudo contra el sol del todo impensable en
Inglaterra.
Recorrió
el Alcázar, que le defraudó porque vio en él una desafortunada sobreposición de
la arquitectura cristiana a la árabe, y sin embargo en su deambular tuvo
presentes a Pedro el Cruel y a María de Padilla. Del primero glosa acerca de la
leyenda de su poligamia: “tenía gustos orientales”. En los jardines lo invadió
la nostalgia de su patria y las rosas le trajeron aromas familiares, que lo
transportaron a Kent.
Por esas páginas de La tierra de María Santísima, el libro
que dedicó a España en 1905, desfilan, como lo hacían por la calle Sierpes,
cigarreras, vendedores de lotería, toreros… En algún recorrido nocturno se ocupa
también Maugham de trazar la estampa de un sereno beodo. Siempre la liturgia
católica resulta llamativa para los espíritus del norte, y el autor de El filo de la navaja no fue en esto una
excepción. Al día siguiente de llegar fue la festividad de la Inmaculada, y en
la catedral asistió al culto, que por la tarde ofreció el hipnótico baile de
los seises. Fue esta una de las cosas que más destacó de Sevilla Arthur Symons
; y cuando en noviembre de 1927 vino Yeats, este expresó en una carta el deseo
de permanecer en la ciudad hasta esa fecha, solo por quedarse a ver los seises
y su baile con castañuelas “entre seguidilla y minué”, como lo definió Cernuda
en Ocnos.
Abarcó la primera estancia
española dos años, de diciembre de 1897 a abril de 1899, periodo en el que
aparte de los nueve meses que pasó en Sevilla también visitó otras localidades.
Sucesivas visitas tuvieron lugar en 1903, 1914, 1933 y 1934. Nuestras fiestas
mayores lo atraían sobre todo, y casi siempre que regresó lo hizo en abril,
como sucedió en 1948 y 1949. La última vez que visitó Sevilla fue, hasta donde
yo sé, en 1954 (pero en esta ocasión en septiembre).
En muchas partes dejó Maugham sus
impresiones sobre Sevilla. En Servidumbre
humana, un personaje se queja de la imagen manida de la ciudad, que desde
Gautier apila un tópico sobre otro. En El
mago retoma las pinturas de Valdés Leal, de las que ya había escrito, lo
mismo que sobre la figura de Miguel de Mañara, en un capítulo de su obra de
1905. Don Fernando, que para Graham
Greene, otro hispanófilo, era el mejor libro de Maugham, recibe su título de un
tabernero de la calle Guzmán el Bueno, en el barrio de Santa Cruz. Edward F.
Johnston, vicecónsul británico y presidente del Sevilla Football Club cuando él
era visitante mozo, abría su casa en el número 2 a los viajeros británicos que
pasaban por Sevilla; allí llevó Maugham su tartamudez a las tertulias y en él
se basó para uno de los protagonistas de otra narración. También aparece la
ciudad en cuentos como “La madre”, “El poeta”, “Una cuestión de honor” (la
acción de los tres transcurre íntegramente en la capital hispalense), “Un
consejo”, “La señorita romántica”, “El cura español” o “El hombre feliz”, que
se desarrolla entre Londres y Sevilla.
Maugham confesó que, de joven,
Sevilla le resultó “demasiado placentera como para prestar exclusiva atención a
la literatura”. Pero lo cierto es que su brillante carrera teatral y narrativa
lo hizo rico y permitió que cuando se hospedara en Sevilla, ya adulto, lo
hiciera siempre en el hotel Alfonso XIII.
(Publicado en la edición sevillana de El Mundo el 24-8-12)
viernes, 24 de agosto de 2012
Mangueras y mangantes
Según vi la otra tarde y muestra la fotografía, todo está preparado en el Ministerio de Finanzas alemán, en Berlín, para empezar a bombear los euros de nuestro rescate. La pregunta es si se irán los incendiarios de rositas.
sábado, 18 de agosto de 2012
El poeta de la calle Guadalquivir
Su madre, Josefina Lozano, era del Puerto de Santa María, y el niño se educó en un ambiente en que lo andaluz despertaba evocaciones que solo muchas décadas después adquirieron la consistencia de la realidad.
Paz vino tres veces a Sevilla. En septiembre de 1986 estuvo entre nosotros para asistir a los cursos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en la época dorada de esta en la ciudad, cuando concurrían a su llamado escritores de la talla de Borges o Italo Calvino. En aquella ocasión declaró: “Sevilla es para mí el comienzo de América”. En su primera visita dedicó la lectura de sus poemas en el salón del Almirante del Alcázar a dos poetas sevillanos muertos en México: Gutierre de Cetina y Luis Cernuda. Del segundo ya resulta innecesario aclarar quién es, a punto de conmemorarse el cincuenta aniversario de su muerte; del primero, podríamos mencionar que es autor de ese madrigal que contiene versos que muchos recordarán: “Ojos claros, serenos, / si de un dulce mirar sois alabados, / ¿por qué si me miráis, miráis airados?”.
Posteriormente, exactamente diez años antes de morir, Octavio Paz vino de nuevo a Sevilla. Fue con motivo del Primer Congreso Internacional sobre Luis Cernuda, que se celebró también en el Alcázar. El autor de Piedra de sol ya era premio Cervantes pero aún no Nobel de Literatura (recibió el galardón dos años después de su visita), aunque ya era, y desde cuánto tiempo, el primer intelectual mexicano, uno de los más grandes poetas de aquella nación. A Cernuda, uno de los más grandes de la nuestra, lo trató a lo largo de los años y cruzó con él una correspondencia que hasta la fecha permanece inédita.
También nos visitó poco antes de la Exposición Universal de 1992, a las puertas de la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento de América, cuando leyó una conferencia en la que fabuló sobre lo que hubiera sucedido si en vez de llegar los españoles a México los aztecas nos hubieran invadido. Estaba en su ánimo deshacer el malentendido de que Cortés y los suyos masacraron a unos pueblos salvajes. “Imaginemos por un instante que no son los españoles los que desembarcan en la playa de Veracruz una mañana de 1519 sino que son los aztecas los que llegan a la bahía de Cádiz”, dijo Paz. “Axayácatl, el capitán tenochca, rápidamente se da cuenta de las disensiones que dividen a los andaluces; se entrevista en secreto con el Conde don Julián y se alía con él; seduce a su hija, Florinda la Cava, la convierte en su barragana y en su agente diplomático; tras una serie de maniobras audaces y de combates, conquista Jerez, Sevilla y otras ciudades; los jefes aztecas ordenan la demolición de las catedrales y levantan sobre ellas majestuosas pirámides; se sacrifica a los guerreros españoles vencidos (así se les diviniza) y se distribuyen sus mujeres entre los conquistadores; sobre las ruinas de Sevilla se funda Aztlán, la nueva capital de la Bética; los sacerdotes aztecas convierten a la población indígena al culto de Huitzilopochtli y de su madre, la Virgen Coaticlue; se pacifica al país y se establece una dominación que dura varios siglos; finalmente, a través de la acción combinada del tiempo, el mestizaje y la indoctrinación, nace una nueva sociedad “azteca y bética, rayada de morisca”, como diría siglos después, en el más puro náhuatl, uno de sus poetas.” Se refiere a Ramón López Velarde, que nació en Jerez (estado de Zacatecas).
A Paz, los intelectuales de la náusea sartreana no lo podían ver ni en pintura, y le declararon una guerra con esas herramientas propias del comunismo: el borrado, el ninguneo. Aquí, antípoda de aquellos, ha tenido un fino intérprete en Aquilino Duque.
En las Navidades de 1996, la casa del poeta en la ciudad de México salió ardiendo como consecuencia de un cortocircuito. Las llamas devoraron obras artísticas, recuerdos de la India y parte de la biblioteca, con todos los ejemplares de los autores modernistas del idioma. “Las llamas me han dejado ligero de equipaje”, dijo evocando a nuestro Antonio Machado, cuyos libros también perdió con el incendio.
Los dos últimos años de vida, ya enfermo, los pasó en un predio que le fue cedido en Coyoacán, la llamada Casa Alvarado, a unas cuantas manzanas de donde vivió y murió su amigo Cernuda. Hoy, en ese lugar radica la Fonoteca Nacional de México, donde se pueden oír grabaciones de nuestro paisano y del Nobel.
¿No dije que la vivienda de este que salió ardiendo se halla, con entrada por el Paseo de la Reforma, sobre la calle Guadalquivir?
(Publicado en la edición sevillana de El Mundo el 17-8-12)
jueves, 16 de agosto de 2012
Sala de Alepo
El museo de Pérgamo la guarda
tras una cristalera. Solo ella
intacta sobrevive a la ciudad
de ventanas fantasmas y de escombros.
Sus puertas son muy bajas, y está bien
que lo sean, espejo de este instante:
tener la frente alta es muy difícil
ante tanta matanza cotidiana.
La lacada madera no la tiznan
ni el humo ni la sangre, y la metralla
no la roza: en otro huso horario
hace añicos los muros que albergaran
estas tablas polícromas, su sueño
de una remota prosperidad.
El museo de Pérgamo la salva:
una célula sana que extirparon
de todo ese tumor que allí se extiende.
Berlín,
agosto de 2012
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miércoles, 15 de agosto de 2012
Sobre "El Coloso"
Francisco Vélez Nieto firma esta reseña sobre la estupenda novela de Ann Harries. Le quedo muy agradecido por sus generosas palabras sobre mi traducción.
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martes, 14 de agosto de 2012
Jamón y endecasílabos
Gabriele Morelli con Jorge Luis Borges en 1981
Ha pasado una vez más por Sevilla el profesor italiano
Gabriele Morelli, el máximo estudioso italiano de la poesía española
contemporánea, y con él hemos compartido ratos de conversación Aquilino Duque,
Marie Christine del Castillo, Fernando Ortiz, Jacobo Cortines o yo mismo, en
una carrera de relevos de los proyectos, o de la simple y fiel amistad, que
cultiva este divulgador de nuestras letras. Yo me cité con él en casa del
sobrino de Luis Cernuda, y Morelli vino de su pensión cercana a la calle del
Aire puntual, entusiasta. Si uno fuera creyente en ectoplasmas como Fernando
Villalón diría que las muchas ideas que bullían en nuestro visitante le podrían
haber hecho atascarse, como un alejandrino en un verso de haiku, en esas
estrechas callejuelas.
Si
de Italia nos vino ese invento superior al de la rueda, el endecasílabo, de
este erudito y traductor nos llega un interés por lo nuestro que tiene mucho de
bumerán, de retorno. Retornos de lo vivo
lejano es título de Alberti, quien sale en la conversación y de quien
Morelli ha publicado parte de su correspondencia. Y también los nombres de Neruda,
con quien cenó, o de Lorca o Colinas (Morelli es catedrático de la Universidad
de Bérgamo, y el leonés, que fue lector allí, autor de “Piedras de Bérgamo”,
primera parte del bellísimo Sepulcro en
Tarquinia).
En
la sevillana editorial Renacimiento Morelli ha publicado ya varios frutos de su
esfuerzo, que va sumando a su inagotable bibliografía de hispanista por la que
ha recibido la Cruz de Isabel la Católica. Sobre la mesa tengo ahora su facsímil
de la madrileña Nueva Revista, que
recoge la breve aventura de esta publicación entre 1929 y 1930. Hay un artículo
sobre Bécquer, y sevillanos que colaboraron allí fueron Aleixandre, Villalón o
Cernuda.
Sobre
este último es la pesquisa que ha traído a Morelli a nuestra ciudad. No sé si
cometo indiscreción al revelar que para la citada editorial de Abelardo Linares
(otro viajero del que habría que escribir un día), el italiano se encuentra
preparando una edición de las versiones que Miguel Romero Martínez publicó –era
1928– de los Canti de Leopardi, el
colosal poeta romántico italiano en cuya obra no hay fecha de caducidad ni se
pone el sol, como no declina en la de sus antecesores Virgilio o Petrarca. Romero,
a quien José María Izquierdo llamó “bibliófilo humanista”, fue uno de esos
ateneístas que pulularon en derredor del ultraísmo. Y astrónomo aficionado,
llegó incluso a descubrir una estrella en 1918. ¿Habrá algo más lírico? Muchas
traducciones de Leopardi se han publicado después (una, del citado Antonio
Colinas), pero la primorosa de nuestro paisano Romero fue la que leyó Cernuda
durante su fugaz carrera como miliciano durante la Guerra Civil.
Juan
Luis Panero, cuya poesía empezó a ser justamente conocida gracias a otra
edición de Renacimiento, recuerda haber visto en Londres, siendo él un niño, el
ejemplar profusamente anotado en que Cernuda mostraba una lectura atenta de
Leopardi. Dónde esté ese ejemplar, no lo sabemos. Él mismo es una de las
consecuencias del exilio, del arrastrar una biblioteca de un país a otro, de un
continente a otro. Cernuda se lo regaló a Panero, y luego desapareció en la
almoneda.
A
Morelli le gustaría dar con ese libro para documentar y analizar la influencia
de Leopardi en Cernuda. Nadie, seguramente, más indicado que él para esta
tarea: su familia es de Recanati, la villa del poeta tristísimo y deforme, y él
un gran conocedor de la generación del 27 y del autor de Ocnos, libro que ha traducido en versión que permanece inédita.
Por
lo demás, lo que nos cuenta Morelli, que ha venido de Bérgamo en un vuelo de
bajo coste menos gravoso que una cena para dos en una pizzería, es tan
universal como deprimente: el declive de las universidades, que allí como aquí se
mustian y degradan (maldita Bolonia, y maldita la realidad de la cual los planes
de estudio son espejo), el desinterés por las humanidades, el derrumbe del
mercado editorial literario, la primacía de lo alicorto.
Va
y viene siempre que puede este viajero con su tráfico de versos y revistas y también
de alimentos terrestres (como el título de Gide, también enamorado de Sevilla),
pues Gabriele Morelli trae un trozo de buen parmesano para compartir con los
amigos y se lleva, halcón o águila, en el buche hasta su nido prealpino o en la
maleta, purpúreo papel biblia que sabe a gloria y paraíso, jamón, jamón bien
cortado, pasión que comparte con nuestra poesía. En eso también se nota que es
sabio.
(Publicado en la edición sevillana de El Mundo el 10-08-12)
martes, 7 de agosto de 2012
"En recuerdo de mi querida nieta Elizabeth Bradstreet"
Un día de agosto como hoy, pero de la segunda mitad del siglo XVII, moría la niña que da pie a este poema. Trescientos años después, en 1965, John Berryman dedicaba a su autora Homage to Mistress Bradstreet. Difuntos los tres, traigo la traducción de aquella breve elegía con mi homenaje:
EN RECUERDO DE MI QUERIDA NIETA
ELIZABETH BRADSTREET, QUE FALLECIÓ
EN AGOSTO DE 1665, CON UN AÑO Y MEDIO
Adiós niña querida, mi alegría,
adiós mi dulce niña, mi placer,
adiós hermosa flor de breve goce
tan pronto arrebatada por lo eterno.
¿Por qué he de lamentar, niña, tu sino
o llorar por lo escaso de tus días
si ya gozas de vida perdurable?
Natura hace que el viejo árbol se pudra;
maduras, caen pomas y ciruelas;
se siegan en sazón hierba y maíz,
y el tiempo abate a altos y robustos.
Mas las plantas en ciernes que se arrancan
y las flores abiertas que se mustian
es por Su mano solo, que dirige
igualmente a Natura y nuestro sino.
ANNE BRADSTREET
(Publicado en Poe y otros cuervos. Primeros poetas norteamericanos. Prólogo y traducción de Antonio Rivero Taravillo, Mono Azul, 2006)
sábado, 4 de agosto de 2012
La pesquisa de un cuadro
Entre competición y cerveza, cerveza y competición, los visitantes sevillanos a la Olimpiada de Londres tendrán de buen seguro tiempo de hacer alguna visita cultural, aunque sea para reposar un rato al aire acondicionado o resguardarse de la lluvia. En la plaza que los ingleses dedicaron a la batalla en que murió Nelson (“En Lepanto, la victoria / y la muerte en Trafalgar” canta el himno de nuestra Armada), la Galería Nacional es una cita ineludible. Además, sale gratis, lo cual es particularmente conveniente en fechas como las actuales, de naufragios económicos no ante el Turco o la pérfida Albión, sino ante el becerro de oro que no deja de embestirnos en esta forma de tauromaquia que nos desangra.
Hay varios cuadros de Velázquez
en la National Gallery, entre los que destaca La Venus del espejo o dos retratos de Felipe IV, pero uno de los
más hermosos, ay, no está actualmente expuesto. Ya
el año pasado en estas mismas páginas hablaba de otra pintura de nuestro
paisano que se conserva en la Galería Nacional, pero de Dublín (La cena de Emaús). En este caso, y también
de 1618, el lienzo al que me refiero es Cristo
en casa de Marta y María.
¿Cómo
llegó el cuadro de Velázquez al gran edificio londinense, en el que hoy,
descolgado, solo está como fantasma? Su historia atrae, como todas las
detectivescas (también muchos visitantes podrán ver la casa de Sherlock Holmes
en Baker Street). Sabemos que fue donado, junto con otros tres, por Sir William
Gregory en 1892. Gregory era una figura prominente de la aristocracia
angloirlandesa, y como sus antecesores fue coleccionista de arte, lo que lo
llevó a ser miembro del consejo de administración de la Galería. Él lo había
comprado en 1881 tras la muerte de su anterior propietario. Pero, ¿y antes?
Sería una más de las rapiñas de obras de Murillo y de Velázquez con las que
arramplaron las tropas napoleónicas durante nuestra Guerra de Independencia,
como no han dejado nunca de reconocer (empezando por Chateaubriand en sus Memorias de Ultratumba) los propios
franceses , esos desagradecidos aliados contra Nelson.
Pero tirando del hilo, o más bien
enredándonos en la madeja que figura en el escudo de nuestra ciudad, vemos
algunos datos dignos de reseñarse aquí.
Fue
este Gregory el marido de Lady Augusta Gregory, la gran benefactora de William
Butler Yeats. Lady Gregory ensambló diferentes narraciones sobre el ciclo
heroico irlandés en su libro Cuchulain de
Muirthemne, cuya epopeya tuvo una gran circulación oral en la Irlanda
medieval y uno de cuyos episodios se perdió nada más y nada menos porque el
manuscrito en que estaba copiado se dio a cambio de un ejemplar de las Etimologías de San Isidoro de Sevilla,
muy preciadas en los monasterios hibérnicos medievales.
El
hijo de ambos, Robert Gregory, fue derribado sobre Italia durante la Primera
Guerra Mundial e inmortalizado, si no por un retratista plástico como Velázquez
(que lo hizo con Góngora, el infante Don Carlos, el bufón Calabacillas), sí por
el Premio Nobel de Literatura de 1923, que le dedicó una sentida elegía que
lleva su nombre y, sin declararlo explícitamente en el título, uno de sus
poemas más justamente antologados: “Un aviador irlandés prevé su muerte”.
En cuanto al propio Yeats, nadie en
Sevilla sabe que hace ahora ochenta y cinco años estuvo aquí unos días, donde,
lejos de restablecerse de la neumonía por la que había venido al Sur, empeoró y
sufrió un estado exacerbado que prácticamente lo retuvo todo el tiempo que duró
su estancia en su habitación de hotel, entre delirios y revisiones de poemas.
Yeats perdió la noción de la
realidad, y lo mismo decía que estaba en Siena que escribía que se hallaba en
Saville (sic) mezclando el nombre de
la capital andaluza con el del club londinense al que pertenecía y del que
también fueron miembros Thomas Hardy, Henry James o Rudyard Kipling. No es que
se hubiera tomado nada, simplemente es que a su natural propensión a la
dislexia se unió durante su estancia aquí una elevada fiebre.
Hoy, los franceses, malquistados
con nuestros deportistas y más desde que fueron apeados de la reciente Eurocopa
por nuestra selección nacional de fútbol, en vez de robar cuadros dirían que
Velázquez se dopaba, que no se puede ser tan buen artista sin extraños
estímulos.
Pintado dos años después de morir
Shakespeare, Cristo en casa de Marta y María
está en Londres, pero como si no estuviera. En la Olimpiada del arte, Velázquez
ya no tiene que competir y se queda en un sótano del museo. Ya tiene todas las
medallas de oro.
(Este artículo, perteneciente a la serie "Galería de viajeros sevillanos", se publicó ayer en la edición sevillana de El Mundo)
(Este artículo, perteneciente a la serie "Galería de viajeros sevillanos", se publicó ayer en la edición sevillana de El Mundo)
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viernes, 3 de agosto de 2012
No estáis soñando
No, esto es real. Verdad de dos grandes intérpretes de una de las tradiciones musicales más ricas y vivas: la irlandesa. Comentar es casi es obsceno. Solo queda el silencio, el arrobo.
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